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Chile profundo: minería ancestral, formalidad y solvencia
- Por Gastón Fernández Montero, Historiador, Abogado y académico, Universidad de Chile. //

La historia de Chile está escrita en piedra, en vetas de cobre, plata y salitre que han modelado su geografía, su economía y su cultura. La minería no es solo una actividad productiva: es una práctica ancestral, una identidad colectiva y un motor de desarrollo.
Uno de los testimonios más sobrecogedores de esta larga historia es el llamado “Hombre de Cobre”, una momia de un trabajador minero de la época precolombina hallado en las cercanías de Chuquicamata. Se estima que, murió atrapado en una faena minera hace más de mil años. Su existencia nos recuerda que la minería en Chile no comenzó con la modernidad, sino que hunde sus raíces en tiempos prehispánicos.
1. Minería ancestral: entre el rito y la técnica
Los pueblos originarios del norte chileno ya extraían y trabajaban minerales mucho antes de la llegada de los europeos. El cobre, en particular, tenía un valor simbólico y práctico: se utilizaba en ornamentos, herramientas y rituales. El Hombre de Cobre —preservado por la acción de los minerales en su entorno— es una evidencia tangible de esa relación profunda entre el ser humano y la tierra mineral.
Este vínculo no era meramente extractivo: implicaba conocimientos geológicos empíricos, técnicas de explotación y una cosmovisión que integraban la naturaleza como sujeto de respeto. En este sentido, la minería ancestral puede leerse como una forma de ciencia situada en diálogo con el entorno.
2. Formalidad y solvencia: el sello de la minería chilena contemporánea
En la actualidad, Chile es líder mundial en la producción de cobre, litio y otros minerales estratégicos. Pero más allá de las cifras, lo que distingue a la minería chilena es su alto grado de formalización y solvencia institucional. A diferencia de otros contextos marcados por la informalidad o la precariedad, en Chile la gran minería opera bajo marcos legales robustos, con estándares ambientales y laborales cada vez más exigentes.
Este desarrollo ha sido posible gracias a una combinación de factores: una tradición técnica consolidada, una institucionalidad minera estable, y una cultura de cumplimiento que ha permitido atraer inversión extranjera sin renunciar a la soberanía regulatoria. La existencia de un catastro minero público, la certeza jurídica en las concesiones y la fiscalización ambiental son ejemplos de esta madurez.
3. Minería con rostro humano: desafíos éticos y sostenibilidad
Sin embargo, la formalidad no garantiza por sí sola una minería justa o sostenible. Los desafíos actuales —desde el cambio climático hasta las demandas de las comunidades locales— exigen una minería que no solo sea eficiente, sino también, ética. En este punto, el legado de una figura como la de Ignacio Domeyko cobra nueva relevancia: su defensa de una ciencia con conciencia, su respeto por las culturas indígenas y su apuesta por la educación, como motor de transformación social ofrecen claves para repensar el rol de la minería en el siglo XXI.
Una minería domeykiana sería aquella que combina excelencia técnica con responsabilidad social; que reconoce su historia, pero no se encierra en ella; que mira al futuro sin olvidar a las personas y territorios que la hacen posible.
Desde el Hombre de Cobre hasta los modernos centros de innovación minera, Chile ha vivido una historia de profunda relación con sus recursos minerales. Esta historia, sin embargo, no es lineal ni exenta de tensiones. Destacar la formalidad y solvencia de la minería chilena es justo y necesario, pero también lo es preguntarse por su sentido, sus límites y su proyección ética. Solo así podremos construir una minería que honre su pasado, responda a los desafíos del presente y contribuya a un futuro más justo y sustentable.




