- Por Felipe Martin Cuadrado, Director Ejecutivo MAS Recursos Naturales. //

Aunque las precipitaciones de los últimos años han relegado el tema de la sequía en la agenda pública, la crisis hídrica dejó de ser una advertencia para convertirse en la condición estructural que define decisiones empresariales, financieras y territoriales en Chile. La pregunta ya no es únicamente ¿hay agua?, sino qué sabemos de este recurso y cómo usamos ese conocimiento. Pasar de intuiciones a una gobernanza informada por datos, modelos y plataformas capaces de traducir incertidumbre en decisiones concretas es hoy una exigencia para la competitividad y la equidad territorial.
La buena noticia es que la ciencia y la tecnología han avanzado lo suficiente para transformar riesgos en insumos de valor. La modelación de caudales superficiales y subterráneos, el uso de imágenes satelitales y la estimación de balances hídricos permiten construir proyecciones robustas que alimentan no solo a hidrólogos, sino también a bancos, aseguradoras, inversionistas y gestores de riesgo. Cuando la información es precisa y trazable, reduce la asimetría entre actores y mejora la asignación de capital.
En el mundo financiero, la data hídrica se ha convertido en una nueva variable macro y microeconómica. Para la banca, integrar escenarios climáticos y proyecciones de caudal en la evaluación de proyectos agrícolas, mineros o energéticos significa medir mejor la capacidad de pago y el riesgo de los activos. Para las aseguradoras, los modelos predictivos permiten diseñar productos paramétricos y tarificar riesgos con mayor granularidad. En minería y agricultura, la modelación de acuíferos y la estimación de déficits hídricos condicionan decisiones de inversión y adaptación que afectan directamente el retorno y la licencia social para operar.
Las proyecciones climáticas para Chile en el horizonte cercano confirman una tendencia de aumento de temperatura en todo el territorio, más marcada en el norte y el altiplano, con incrementos proyectados hacia 2030 del orden de aproximadamente 0,5 °C en el sur y hasta 1,5 °C en el norte grande. Para las precipitaciones, los escenarios para 2026–2030 señalan reducciones relativas del orden de 5–15% en cuencas que van desde Copiapó hasta Aysén, aunque con fuerte heterogeneidad espacial y estacional. Además, se espera una mayor frecuencia de olas de calor y una mayor variabilidad en la distribución de lluvias, en línea con la evidencia científica sobre el cambio climático.
La evolución del fenómeno ENSO (El Niño-Oscilación del Sur) añade una capa importante de incertidumbre. Los pronósticos estacionales recientes sugieren condiciones neutrales a El Niño durante parte de 2026, lo que puede traducirse en lluvias por debajo de lo normal en la zona central en algunos trimestres, aunque con diferencias regionales: El Niño tiende a aumentar la probabilidad de precipitaciones en el norte y el altiplano, mientras que la respuesta en la zona central depende de la intensidad y la estacionalidad del evento. Esa combinación de tendencia de largo plazo y variabilidad interanual obliga a trabajar con escenarios actualizables y no con una única proyección anual.
La utilidad real de la data hídrica depende, sin embargo, de su gobernanza: quién la produce, quién la valida, cómo se comparte y bajo qué reglas se transan los derechos de agua. La trazabilidad en la gestión de derechos y la asesoría técnico‑jurídica son piezas clave para que la economía de datos no se convierta en una fuente de exclusión. La transacción de derechos, el traslado de puntos de captación y las defensas administrativas deben estar vinculadas a información hidrológica auditable para evitar que la data se transforme en ventaja competitiva opaca y para promover un uso sostenible y equitativo del recurso.
Adoptar inteligencia artificial y plataformas hidroclimáticas debe entenderse como inversión en resiliencia. Pasar de la reacción a la planificación proactiva reduce costos de emergencia, protege inversiones y mejora la gobernanza territorial. Para que esto ocurra es necesario un ecosistema: consultoras técnicas que traduzcan modelos en decisiones operativas, reguladores que exijan y faciliten datos abiertos, instituciones financieras que integren variables hídricas en sus modelos de riesgo y comunidades que participen con información local y criterios de legitimidad.
Chile tiene la oportunidad de liderar este cambio si articula ciencia, mercado y política pública. La economía de la data hídrica, integrada con proyecciones climáticas y pronósticos estacionales, no es un lujo tecnológico; es la infraestructura invisible que sostendrá la competitividad y la equidad en territorios cada vez más expuestos al cambio climático. Invertir en datos, plataformas y gobernanza hídrica hoy es asegurar que las decisiones del mañana dependan del conocimiento y no del azar.




