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COBRE BACTERICIDA: Prohibido matar a la gallina de los huevos de oro

Al 3 de julio, el coronavirus ya había infectado a casi 11 millones de personas en 195 países y cobrado 519.095 vidas en el mundo. Los pronósticos respecto de su fin son inciertos, pues quienes ya habían dado por superada la pandemia, han tenido que volver a considerar el confinamiento en más de un tercio de la población mundial.
A esta situación se suma ahora un informe científico de la Universidad de Nottingham en el Reino Unido, que acaba de ser publicado en la revista Proceeding de la Academia de Ciencias de EE.UU. Reproducido por diversos medios, incluido el New York Times, da cuenta de la aparición en China de una nueva gripe que podría convertirse en otra pandemia tras el COVID-19. Esta potencial amenaza vírica responde a una nueva cepa de la virus porcina, que recibe el nombre de G4 EA H1N1.

El profesor Kin-Chow Chang miembro del equipo investigador explicó a la BBC que «ahora mismo estamos distraídos con el coronavirus y con razón, pero no debemos perder de vista nuevos virus potencialmente peligrosos», en referencia a esta nueva cepa de gripe descubierta en China. «No debemos ignorarlo», advierte.
Debemos recordar que, el virus H1N1 sigue circulando como virus de la influenza estacional y causa hospitalizaciones y muertes cada año a nivel mundial.

En 2009, cuando aún no teníamos vacuna para el H1N1, la pandemia de influenza causó 60,8 millones de contagios y alrededor de 500.000 muertes en todo el mundo, durante el primer año que circuló el virus.
Este preámbulo, nos hace dimensionar la susceptibilidad de la población mundial ante los nuevos virus, ya que cualquier vacuna demora a lo menos un año después de descubierto el virus, en estar disponible para la población. El proceso es engorroso. Rimero, detección del virus y multiplicidad de investigaciones para determinar su origen y cómo derrotarlo. Luego vienen las pruebas de esas vacunas en animales. Esto toma su tiempo. Luego, está la experimentación con seres humanos. Una vez comprobado el beneficio, se requieren las autorizaciones sanitarias que respalden su uso. Posteriormente, viene su fabricación en la cantidad suficiente para cubrir la demanda y, luego, su distribución.

Para qué hablar de los medicamentos. Este es otro largo proceso y es el gran negocio de los laboratorios farmacéuticos. El primer fármaco para el tratamiento del Covid-19, el Remdesivir, que acorta el tiempo de recuperación de algunos pacientes, tiene un costo de US$390 cada dosis, es decir, unos $312.000. Como se requiere un mínimo de 6 dosis por pacientes, es fácil concluir que cada tratamiento cuesta a los menos $1.870.000. En este caso, el Ministerio de Salud Pública en Estados, ya adquirió el 90% de la producción de este medicamento al laboratorio Gilead Science para distribuirlo en sus hospitales. Ahora, si algún particular desea adquirir el medicamento, deberá para US$520 por la dosis. Saque la cuenta.

Ahora, aquí se no está pagando una innovación, sino la producción de un medicamento para el ébola, que se probó con éxito en enfermos de Covid-19.

Pero, en realidad, da lo mismo. Lo que interesa es saber que estamos expuestos a muchos enemigos silenciosos, que surgen espontáneamente y que son capaces de diezmar a la humanidad. Tal vez, es la forma en la que la naturaleza se defiende de la sobrepoblación que ha puesto en jaque la sobrevivencia del planeta. La destrucción de bosques, la desaparición de múltiples especies, el hambre que sufre gran parte de la población, el derretimiento de glaciares y la escasez hídrica, especialmente en zonas que antes fueron cultivables, así como la tremenda contaminación ambiental han sido provocadas por la acción humana.
Para sobrevivir, una de las principales lecciones que nos deja la pandemia es nuestra protección personal. Y para lidiar con los virus, el cobre, aquel metal que nos ubica como líderes en el mundo en producción y exportación, así como en reservas, puede ser la forma de enfrentarlos.

Es un hecho, está probado. El cobre es el metal que según la EPA (Agencia de Protección del Medioambiente) es capaz de destruir el 99,99% de virus hongos y bacterias después de dos horas de contacto con el metal.
En estos últimos meses, hemos visto en diversos medios de prensa a start ups, que dan a conocer sus innovaciones usando nanotecnología de cobre aplicada a telas y a otros productos para la protección. Mascarillas, guantes, vestuario, cubiertas para distintas superficies, pinturas, etc. Hasta el año pasado, se contabilizaban alredor de 100 empresas, en su mayoría pymes, que trataban de surgir a pulso con sus emprendimientos en este ámbito, sin lograr apoyo de organismos estatales para desarrollarse y crecer.
Actualmente, por la pandemia de Covid-19, este número debe haberse duplicado. En su mayoría estos emprendedores se han centrado en la fabricación de mascarillas, el producto de mayor demanda, mientras que múltiples empresas, especialmente textiles se han reconvertido para fabricar mascarillas. Varias están exportando.
Este boom es el que debemos aprovechar. Hoy existe sensibilidad global por la presencia de virus, los que no dejarán de llegar a los más recónditos lugares del mundo. El camino para el desarrollo de este sector está abonado. Pero, debe existir algún organismo técnico gubernamental que lidere este mercado, imponga normas, entregue certificaciones y ponga el sello de calidad-país que se requiere, para poder exportar. Es imprescindible desarrollar una industria sectorial. Tenemos mano de obra especializada, know how y tecnología. Tenemos materia prima a la que agregaremos valor. Podemos hacerlo, pero necesitamos un organismo especializado que tome las riendas y pueda conducir a este grupo de innovadores por la senda adecuada.

He investigado en internet. La gama de mascarillas de fabricación nacional que hoy está disponible es variada y de distintas calidades, diseños y marcas. Algunas con certificación de universidades. Otras comercializan con telas importadas, sin dar especificación de su origen o características técnicas del productos. En precios, hay desde $1.000 a $10.000 por cada una, pero es imposible determinar con exactitud qué la diferencia a una de otra.

Si alguna exporta sin contar con las certificaciones técnicas necesarias, sin normas internacionales específicas, sin el sello de calidad que comprometa al país, estaremos matando a la gallina de los huevos de oro. Es momento de reaccionar.

 

                                                                    Silvia Riquelme Aravena
                                                               Directora Guía Minera de Chile

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