- Por Gastón Fernández Montero, abogado, académico y divulgador en minería, mineralogía e historia científica chilena.

¿Pistachos en el desierto de Atacama? La frase suena a utopía, pero encierra una provocación fértil. Si David del Curto estuviera vivo —ese pionero frutícola que transformó el secano costero en vergel exportador— no tengo dudas, estaría plantando pistachos en el desierto de Atacama. Y no por capricho, sino por visión estratégica.
El pistacho (Pistacia vera) es un cultivo resiliente, de raíces profundas y sed de largo plazo. Requiere inviernos fríos y veranos calurosos, suelos bien drenados y, sobre todo, inteligencia agronómica. ¿Dónde mejor que en los oasis altiplánicos o los valles interiores de Atacama y Antofagasta para ensayar esta revolución verde?
Chile ya ha demostrado que puede domesticar el desierto: lo hizo con la minería, lo está haciendo con la energía solar. ¿Por qué no con la agricultura de alto valor? El pistacho, con precios internacionales sostenidos y demanda creciente, podría ser el nuevo «oro verde» del norte grande. No reemplaza a la minería, pero la complementa con empleo, diversificación y resiliencia territorial.
La clave está en la innovación: uso eficiente del agua, injertos adaptados, manejo de suelos salinos y, sobre todo, voluntad política y empresarial. No se trata de copiar a Irán, California o España, sino de adaptar y mejorar. De meterle inteligencia al desierto.
No estoy entregando una receta técnica, sino, haciendo una invitación a imaginar. A pensar el Atacama no solo como fuente de litio y cobre, sino como laboratorio del futuro. Si David del Curto estuviera vivo, estaría allá, con pala, sensores y visión. ¿Y nosotros, qué esperamos?




