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Industrias basadas en recursos naturales como motor de Innovación y Desarrollo

Por Andrés Pesce, Gerente de Sustentabilidad y Nuevos Negocios Fundación Chile

Por
Andrés Pesce

Gerente de Sustentabilidad y Nuevos Negocios Fundación Chile

En su afán de sofisticar o “tecnologizar la economía”, Chile no tiene que darle la espalda a sus industrias de recursos naturales. Existe la noción, de que para generar la llamada “segunda fase exportadora” debemos abandonar dichas industrias y abocarnos a exportar productos de “mayor valor agregado”, más relacionado a lo que se hace en Silicon Valley. Lo anterior es deseable, pero Chile no puede generar ventajas competitivas de la noche a la mañana para llegar a ese meta -algo que tomó décadas en otros países. Los desafíos que enfrentan nuestras industrias exportadoras son de una complejidad, profundidad y escala tan grande que para resolverlos debemos generar mucha innovación y tecnología para seguir creciendo de forma competitiva y sostenible; ese es un camino con más posibilidades de éxito, puesto que construye sobre lo que somos fuertes.

Dicho de otra forma, el conocimiento contenido en cada tonelada de cobre que exportamos, cada kilogramo de salmón y cada bandeja de cerezas puestas en un anaquel en China es muy grande, y crecerá en la medida que los desafíos de las distintas industrias se complejicen. El país puede desarrollar una base de proveedores intensivos en conocimiento al alero de dichos desafíos, exportando ese conocimiento embebido en los distintos productos de exportación, para luego exportar dicho conocimiento en forma explícita a través de productos y servicios. Enfocarse en sectores grandes que demandan innovación es una buena forma para el país de generar “un portafolio de opciones” que tienen más posibilidades de generar valor al aprovechar sinergias entre las apuestas y el reciclaje de los “los intentos fallidos” re-usando relaciones, conocimiento, capital humano y capital social en torno a problemas comunes.

Es por eso que, aunque parezca paradójico, nuestras industrias basadas en recursos naturales son un motor de innovación y sofisticación de nuestra economía; si no lo entendemos así podemos perder una gran oportunidad. Pensemos en lo que la colosal transición energética que está experimentando el mundo (i.e. electrificación de todo, incluido el transporte) implica para Chile. Considerando los autos eléctricos, se espera que al 2040 se sumen 60 millones de vehículos nuevos al año, lo que equivale a una demanda adicional de cobre de 2,400,000 toneladas al año (la mitad de lo que produce Chile hoy). Ese cobre deberá tener, además, atributos de producción limpia.

Considerando los desafíos actuales de la industria –complejidad de minerales, distancias, baja ley, escasez de agua, aceptación de la sociedad, relaves, carbonización de la matriz, altos costos laborales, etc.- no hay forma que podamos cumplir las exigencias de volumen, costo y sostenibilidad de nuestro cobre si no hacemos un esfuerzo igualmente colosal en innovación y tecnologización, incluso considerando que el sector minero es lejos el más intensivo en uso de tecnología en Chile. Así como una tonelada de cobre producida hoy no se parece en nada a la misma tonelada de cobre producida en los años ´80, el cobre que produciremos en 20 años más será un muy distinto en términos de conocimiento contenido en lo que hoy exportamos.

Si queremos doblar las exportaciones de alimentos de USD 18 billones a USD 36; si queremos aumentar de 5,7 millones de toneladas de cobre exportadas a 8 millones; si queremos que nuestro sector forestal provea de materiales renovables a la economía circular del futuro, tenemos que cambiarle la cara a la base de proveedores y la tecnología que aplicamos a nuestras industrias clave. Y eso es una buena noticia para nuestro país, puesto que dichos desafíos serán fuente de una economía más diversificada que genere crecimiento de mayor calidad, dando espacio a nuevos actores, desarrollando nuestro capital humano y empujando la productividad como motor de crecimiento.

 

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